Literatura y arte

desde el centro

del Mundo.

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La Serpiente del Paraíso y otros cuentos

La Serpiente del Paraíso.

Era nuestro quinto día en la selva y no sabíamos qué más hacer, el bus partiría en la noche, teníamos el día entero para esperar. Nos levantamos temprano para tomar un suculento desayuno y programar el día. Si no conseguíamos un plan, no nos quedaría más remedio que permanecer en el pueblo, dando vueltas, descansando en el jardín del lodge, tomando cervezas, comiendo y soportando el calor. A nadie se le ocurrió ningún plan, lo mejor que se nos vino a la mente fue pasear por el pueblo e ir a la feria a comprar productos de la zona.

Mientras nos atendía, la dueña del lodge se dio cuenta de nuestro problema y se acercó para proponernos un plan:

-¿Les gustaría ir a pasear a Santa Rosa de Huacaria?
-¿Santa Rosa de Huacaria? -Preguntó Giacomo.
-Sí caballeros, la comunidad Santa Rosa de Huacaria es muy interesante, queda a diez kilómetros de caminata, pero deben llevar un guía. -Añadió la señora.

Yo pensé: “¡No puede ser! ¿Cómo se imagina esta mujer que voy a caminar diez kilómetros, si ayer casi nos hundimos en la balsa tratando de llegar al Pongo de la Calavera?”. Para sorpresa mía, mis compañeros, Giacomo y Cristian recibieron la noticia con beneplácito y se apuraron en alistar un par de cosas para la caminata. Tuve que unirme al grupo, a pesar del cansancio y las innumerables picaduras que me hacían pesado el caminar. La verdad es que estábamos fascinados con la selva, nos corroía la sed de aventuras.

Menos de media hora después de haber conversado con la dueña del restaurante, estábamos iniciando la caminata, ataviados con nuestras cámaras fotográficas, mochilas, prismáticos, agua mineral y fruta para el camino. Nos encaminamos siguiendo a Jacinto, joven nativo que nos servía de guía. Flaco, moreno, de buen carácter y con una resistencia increíble para caminar. “¡Si nos apuramos llegaremos en tres horas, a caminar!”. -Nos dijo. Partió sin tomar en cuenta que yo estaba hecho pedazos por el intenso ejercicio de los días anteriores. Todos, por orgullosos le seguimos el paso, rápido y sostenido. Nos internamos en la selva por un camino pequeño e intrincado. La primera media hora fue una tortura, pues los dolores musculares producidos por el cansancio parecían incrementarse con cada paso, podía sentir el efecto que produce el escozor de las picaduras en los brazos y piernas; no obstante, después de media hora, animado por la aventura y con los músculos calientes, desaparecieron todas las molestias. Me sentí reparado y animado. Avanzábamos gritando frases de rato en rato:

-¡Giacomo mira la montaña! -Grité.
-¡Sí, la estoy viendo, le tomaré una foto! -Contestó.
-¿Crees que el gobierno logrará erradicar los cultivos de coca? -Pregunté.
-¡Claro que no! ¡Las costumbres ancestrales son resistentes a cualquier ley o programa de control! -Añadió.

Superando la fatiga, me dediqué a caminar evitando tropezar o meter el pie en un hueco. Ocasionalmente, nos deteníamos a mirar los ejércitos de hormigas que transportaban todo tipo de hojas y flores silvestres. No pude continuar mirando a las hormigas, puesto que el guía me dio un fuerte tirón de uno de los hombros, sacándome rápidamente de mi observación. “¡Atrás, atrás y no se muevan!” -Gritó mientras daba palazos al suelo.

Volteé inmediatamente y miré instintivamente. Nuestro guía estaba espantando a una serpiente, mientras el ofidio se defendía, mostraba sus colmillos y nos buscaba con su mirada. Mientras Jacinto luchaba, la serpiente logró atraparme con su mirada, al mirarla fijamente a los ojos, sentí que el tiempo se detuvo, fue como si una película dejara de rodar, duró unos instantes y luego todo volvió a su secuencia normal. Nos asustamos mucho pero pudimos ver que el reptil cedía y se internaba rápidamente en la selva, arrastrando su ágil cuerpo de color verde y café, adornado con figuras geométricas.

-Es la serpiente Loromachaco doctor, es muy peligrosa, si le pica tendríamos que llevarlo a la posta médica. -Me indicó Jacinto.
-¡Vaya, vaya, cosas que uno ve en la selva!
–Protesté mientras emprendíamos nuevamente la caminata, un poco nerviosos y más apresurados.
-¡No se preocupen señores, sólo ha sido un susto! -Nos indicó el guía riéndose.

Continuamos la caminata agotados, esperando llegar ya a la comunidad. Su cercanía nos fue anunciada por la presencia de turistas que regresaban a Pilcopata. Pasaban por nuestro lado, sudorosos y agitados; con expresión de asombro y satisfacción. “¡Buenos días, hola amigos!”, era la frase que compartimos con ellos. Algunos pasaban con flechas, otros llevaban collares y adornos que habían adquirido de los naturales. Ya me imaginaba en la comunidad, bailando con los naturales, tomando licor de yuca y conversando de los misterios de la selva.

La última hora de caminata fue tortuosa, llena de subidas y bajadas. Tuve que improvisar un bastón de palo para que me ayude a mantener el equilibrio mientras avanzaba rápidamente junto al grupo, ante la exigencia inclemente de nuestro guía. Nos detuvimos a pedido de Giacomo para tomar agua y observar un pantano pequeño. Había miles de mariposas de todos los colores, me llamó la atención de manera especial una mariposa azul brillante y negra, grande y magnífica, no pude más que admirarla y pensar acerca de su origen ignoto. La caminata continuó. Jacinto nos dijo que caminaríamos media hora más, ya podía verse la comunidad, lo cual nos animó y ayudó a mantener el ritmo apurado de la caminata.

Llegamos al tramo final, que era una bajada, la cual finalmente nos permitía el ingreso a la comunidad. Desde la parte alta se veía como un conjunto de chozas construidas en una extensión talada de la selva. Salió a nuestro encuentro un pavo selvático de color rojo y verde, que cual perro nos condujo hasta una de las chozas. Al acercarnos nos atendió una mujer nativa y varios niños. La comunidad era, en verdad, un remanso de paz, un lugar adecuado para descansar observando la espesura e inmensidad de la selva.

Antes de cualquier ajetreo nos sentamos a comer pomelos y panes. Tuvimos que compartir el refrigerio con los pavos que deambulaban sin temor. Después de media hora de descanso reparador, nos acercamos nuevamente a la choza y entablamos una difícil conversación con los naturales. Todo lo que querían era que les paguemos el derecho de visita, y que les compremos los ocasionales recuerdos, artesanías y otras chucherías. A cambio, nos permitirían dar un paseo por su comunidad, en especial por las orillas del río y los viveros. Nos pareció un intercambio justo, así que le pedimos a la displicente mujer nativa que organice bien su muestra de artesanía, mientras nosotros tomábamos un paseo por el río y las zonas adyacentes. Giacomo me confesó que esperaba una mejor acogida, situación que también esperábamos Cristian y yo.

Dejando de lado la fría recepción, fuimos a pasear por los alrededores. El ambiente natural de la comunidad era fascinante, la vitalidad y variedad de la selva podía apreciarse en su esplendor, tanto en las plantas como en los animales y los millones de insectos que hacían un ruido permanente. Antes de llegar al río, avanzamos durante unos minutos por un camino de atmósfera especial, era un sendero lleno de árboles de achiote. Tomé varios frutos y los abrí, mis manos quedaron teñidas del color rojo intenso que contiene el achiote. Al volver a la comunidad no nos quedó más alternativa que adquirir las artesanías. Cristian compró unos collares, Giacomo compró flechas adornadas con plumas de aves exóticas, y yo compré un sombrero de paja. Al terminar la compra le pregunté a la mujer que estaba a cargo.

-¿No me vas a regalar algo por todo lo que te hemos comprado? -Tenga, espero que le guste. -Respondió sin mirarme, y tomando una bolsa grande de fibra, sacó una serpiente de madera que me entregó.

Agradecí el gesto, la tomé y la puse en mi mochila. Emprendimos el camino de regresó. Tres horas después estábamos nuevamente en Pilcopata, listos para preparar nuestro regreso. Mientras hacíamos tiempo para la partida del bus, nuestro guía preparaba nuestra cuenta de gastos en un papel. Giacomo aprovechó su presencia para preguntar algunas cosas.

-¿Jacinto, la serpiente que encontramos en el camino, la Loromachaco, es peligrosa? -Le preguntó.
-Sí señores, -respondió Jacinto como despertando de un sueño, despegando sus ojos de las cuentas- claro que sí, la Loromachaco es una serpiente peligrosa. Si te llega a picar y no eres atendido a tiempo, puedes morir en cuestión de horas, y si llega a mirarte a los ojos, pasarás varias semanas difíciles, pero luego, esa mirada te ayudará a estar más sano de la cabeza. Hay personas que no soportan su mirada y pasan semanas desesperados, esperando que pase el efecto.

Mientras Jacinto hablaba, recordé claramente a la serpiente, su gran boca abierta en actitud de ataque, lista para lanzar su veneno, su cola erizada y sus ojos mágicos mirándome, durante aquellos instantes infinitos.

-¡Un momento Jacinto, a mí me ha mirado la Loromachaco! ¿Y ahora qué hago, ah? -Le dije.
-No doctor, no, si le hubiera mirado ya estaría mal, no pasa nada, es sólo su imaginación.

Me tranquilicé con la explicación; pero sabía que me había mirado y que no era mentira, entonces me consolé pensando: “¡Patrañas! Estos selváticos y sus tradiciones…”. Finalmente cancelamos nuestras cuentas en el Lodge y pagamos su dinero a Jacinto, despidiéndonos nos fuimos al terminal de buses, aún faltaban dos horas para la partida. Aprovechamos esas horas para comprar frutas y productos de la zona para nuestras familias. Giacomo perdió la cabeza comprando plátanos rojos, amarillos y los de freír. Mientras llenaba un cajón nos decía: “¡Ahora van a conocer cómo sabe el plátano al kión, es una delicia muchachos, ya lo verán!”

Mientras hablaba, yo estaba embelesado comprando un cajón de paltas verdes y un haciendo empaquetar un picuro, para hacer un suculento asado en Cusco. Cristian estaba comprando castañas y coca. Después de treinta minutos de agitadas compras, hicimos empaquetar todo y lo embarcamos en el bus, que ya empezaba a recibir la carga de los pasajeros que viajarían a Cusco. Con las cosas bien empacadas fuimos al único restaurante turístico del pueblo y comimos: Huevos de tortuga fritos con arroz y un pedazo de Zúngaro al vapor. Mientras saboreaba aquella delicia, Cristian sacó de su maletín de mano los collares que compró en la comunidad, los estuvimos viendo y bromeando, en cierto momento de la cena me pidieron que les mostrara lo que yo había comprado.

Ya en el momento del café, saqué de mi maletín la pequeña serpiente tallada en madera. Al colocarla sobre la mesa parecía más grande que en la mañana, la mostré a Giacomo y Cristian; la estábamos observando, cuando se acercó la dueña del restaurante, una joven nativa bastante agraciada y muy amable. Al mirar nuestras cosas nos dijo: “¡Qué bien que hayan comprado artesanías!”

Giacomo, -siempre atento y enamorado de las mujeres bonitas-, la abordó, en su último acto de coquetería en el pueblo. Todo el viaje se había dedicado a coquetear con cuanta mujer bonita hallamos en el camino. Había coqueteado todo el tiempo con esta chica, ella lo notó y astutamente se dedicó a provocarlo con su sensualidad; como era casada, lo único que nos quedó fue mirarla. Ella se acercó con tres vasos de jugo de cocona y nos dijo:

-Estos los invito yo para clientes tan especiales.
-Niña... niña, yo podría ser tu padre -le dijo Giacomo deshaciéndose en frases dulzonas, con aire de hombre recorrido y galán experimentado-, he viajado por el mundo y conocido a tanta gente, pero a nadie tan especial como tú...

La chica se reía pícaramente sabiendo perfectamente que Giacomo, como buen italiano, era un Don Juan, coquetear un rato no estaba nada mal. En el colmo del atrevimiento el gordo se sentó a su lado y la tomó del brazo. Agarrando con la mano izquierda a la serpiente de madera, la miró y le dijo.

-Dinos preciosa. ¿Es una Boa, verdad?
-Amigo Giacomo, no es una Boa, es una Loromachaco, su mirada es peor que su picadura. -Respondió la joven, tomando un sorbo de jugo mientras se alejaba un poco del libidinoso Giacomo, evitando que se propasara y terminara abrazándola.

En cuanto terminó de pronunciar estas palabras, se alejó con un ligero, suave y coqueto: “disculpen caballeros...” Mientras se alejaba con rumbo a la caja, yo no sabía si mirarla a ella o mirar a la serpiente. Volví mi mirada a la mesa y encontré a Cristian rascándose la cabeza y diciéndonos:

-¡Vaya, qué situación! A mí me ha mirado la Loromachaco.
-A mí también. -Dijo Giacomo.
-A mí también me ha mirado. -Añadí-, no pude evitarlo, estaba justo frente a mí. Pero yo me siento bien, no me ha pasado nada, como dijo Jacinto. Ustedes saben, los lugareños siempre construyen mitos, es cosa de entenderlos.

Mientras hablaba como una máquina, en mi mente se dibujaba, inmensa e infinita, la imagen del río Madre de Dios, y de forma permanente la mirada aguda y penetrante de la Loromachaco entreverada en la selva. Tuve que abrir bien mis ojos y concentrarme en la mesa para no seguir imaginando. Conversamos un rato más bebiendo el jugo de cocona y papaya, observando a la serpiente y fumando cigarrillos, hasta que finalmente, escuchamos la bocina del bus, anunciando su partida. La jovencita del restaurante salió con una bolsa de pacaes que me alcanzó:

-Gracias por todo, llévense fruta para el camino.
-Claro que sí y hasta pronto. -Le agradecí.

Me alejé de ella, mirándola ilusionado. Por un momento me sentí nuevamente un jovencito. Se acercó a Giacomo, le dio un beso en la mejilla y le dijo: “Chao Giacomo…” Y se internó en su restaurante. Una vez más se detuvo en la puerta, estaba vestida con un short celeste y un polo blanco, parecía la juventud y la ilusión encarnada en ese cuerpo de mujer, nos batió la mano, nosotros hicimos lo mismo. Al subir al bus y sentarnos, Giacomo estaba azorado y agitado, pasando la palma de su mano por la mejilla donde había recibido el beso. Cristian rompió en carcajadas y le dijo:

-¡Vamos Giacomo, ya fue, vuelve en ti hombre, parece que te hubiera picado la Loromachaco!
-¡jajajajaja!” -Nos reímos varios pasajeros que estábamos sentados alrededor.

El bus partió y el pobre Giacomo se quedó con el corazón roto y la cara pegada a la ventana mirando hacia el restaurante. El bus se internó en la oscuridad y la inmensidad de la selva, con rumbo de regreso a Cusco.

El cansancio hizo presa de nuestros cuerpos y mentes. Nos dedicamos a tratar de pasar la noche de la mejor manera posible. Aparentemente Giacomo y Cristian estaban dormidos, yo no pude dormir, así que me puse a mirar la selva, alumbrada por la Luna llena, parecía un paisaje hecho de hojas de plata, la interminable vegetación parecía infinita, los ruidos de los insectos y animales le daban un aire de vida y misterio, el ruido de los ríos era como un marco de fuerza vital. Sin darme cuenta habíamos viajado aproximadamente tres de las doce horas que duraría el viaje. Aún estábamos en plena selva, cuando me sumí en un estado de sopor, entre la vigilia y el sueño, estaba a la vez despierto y dormido, se confundían en mi mente los paisajes reales de la selva nocturna y los de mi mente, sentía que el envase de metal que era el bus, era la única protección que teníamos en aquella circunstancia, y en verdad lo era. ¿Qué haría un hombre citadino perdido en la espesa selva?

Dormitando noté que el bus se acercaba a una curva. ¡Sentí que se estaba dirigiendo violentamente al abismo! Desperté sobresaltado, sudando, me agarré del barandal, estaba a punto de gritar por la inminencia de una caída al abismo; pero me di cuenta que estábamos en una recta, había sido una pesadilla. Quise mantenerme despierto para no dormir, pero no lo logré. Me hundía y salía una y otra vez de mi estado de sopor. En cierto momento vi que un grupo de salvajes armados con flechas, gritando amenazas se acercaban al bus; volví a despertar sobresaltado a punto de gritar, pero nuevamente me di cuenta que era una pesadilla. Después de varios episodios de dormir y despertar sobresaltado, Cristian me tomó por el hombro y me dijo:

-¿Estás bien Salvador?
-Sí Cristian gracias, son malos sueños. -Respondí.

Traté de mantenerme despierto pero no lo logré y continué con mis pesadillas; veía abrirse caminos de luz en medio de la oscuridad, vi acercarse al bus a un gigantesco Jaguar; vi ingresar a un grupo de oropéndolas. Obviamente estaba impresionado y la falta de comodidad estaba provocándome pesadillas. En algún momento de la noche, el bus se detuvo un buen rato y bajamos para estirar las piernas, mientras los efectivos de la Policía Antidrogas requisaban la coca que pretendían transportar los campesinos, rumbo a Cusco.

-Has tenido pesadillas Salvador, ¿deseas un tranquilizante? -Me preguntó Cristian.
-Gracias muchacho, no creo que sea necesario. -Contesté.

Al embarcarnos nuevamente, no pude volver a dormir, pues el bus ya estaba llegando a Paucartambo y con ello a la serranía, atrás habían quedado las espesuras de la selva. En Paucartambo bajamos un momento a tomar un café y fumar un cigarrillo en medio de la noche fría. Poco tiempo después amaneció y el viaje continuó, lento y pesado. Finalmente llegamos a Cusco, hechos pedazos, sucios y cansados, pero felices.

***

Los días siguientes hablamos animadamente de nuestra aventura en la selva. Bromeábamos sobre la mirada de la Loromachacho, la belleza de la jovencita del restaurante y disfrutamos de la delicia exótica del plátano al kión. Pocos días después, Cristian y Giacomo regresaron a Lima para continuar con sus vidas.

Coloqué la serpiente de madera a un lado del televisor, estuvo allí por varios días, cada mañana al acercarme la encontraba más amenazadora y real que nunca. A la segunda semana de su estadía en mi casa, resonaba en mi mente la idea de volver a la comunidad campesina Santa Rosa de Huacaria. Todo el día lo pasaba obsesionado con la idea. Recibí un e-mail de Giacomo que me contaba que estaba en fuertes problemas con su esposa y que estaba pensando seriamente en separase de ella y volver a Cusco para buscar a la jovencita del restaurante. Hablando por teléfono le dije:

-¡Por favor Giacomo! Tu esposa es la mujer más buena del mundo, tienes dos hijas. Esa chiquilla es sólo una ilusión, es casada y no la conoces, no sabes nada de ella. ¡Por favor!
-¡Voy a viajar al siguiente mes, todo el día pienso en ella, me ayudarás si eres mi amigo! -Respondió.

Yo también estaba obsesionado con la idea de volver a la comunidad Santa Rosa de Huacaria, temía cada día más a la serpiente de madera, cada día me miraba con más agresividad. Varias noches tuve pesadillas con la selva, similares a las que tuve en el bus, pero no quería admitirlo. Todos los días al amanecer, después de un sueño pesado, me consolaba pensando que estaba impresionado, que no pasaba nada. Mi mente racional, formada dentro de los paradigmas de la ciencia, no deseaba admitir que algo extraño estaba pasando conmigo. Con el paso de los días recibí varios e-mails de Giacomo, estaba dispuesto a regresar. Una mañana me llamó Anita, su esposa y me dijo: “¡Salvador estoy desesperada! Giacomo está como un loco obsesionado, ahora ya no sólo habla de esa chiquilla, sino que ha decidido vender todo lo nuestro e ir allá, a la selva e instalarse. Háblale tú, por favor, yo sé que se le va a pasar. ¡Sólo espero que no haga una locura! Estoy segura que no es con Giacomo con quien hablo, algo le ha sucedido en la selva, está trastornado. ¿Han tomado Ayahuasca o algo así?”

Ese mismo día recibí la llamada de la madre de Cristian, quien me comunicó en tono preocupado que el jovencito estaba enfermo desde su llegada, había ingresado en un periodo depresivo, no quería asistir a la universidad y se había dedicado a la vida nocturna. Llamé a Cristian y hablé con él. Con su característica sinceridad me dijo: “No sé qué pensar, creo que me ha afectado la mirada de la Loromachaco, salgo todas las noches porque no puedo dormir, me imagino que la serpiente está entrando a mi habitación, a morderme y mirarme, tengo miedo y me voy a la calle sin poder evitarlo, mi mamá no me entiende, no puedo ir a la universidad en esta situación, tenemos que hacer algo, no sé, de repente lo mejor sería volver a la selva y buscar una curación”.

Ese día regresé caminando, viendo en mi mente la expresión aterradora de la Loromachaco y escuchando la resonancia de la frase: “Tenemos que volver a Santa Rosa de Huacaria” Entré a mi casa más preocupado que nunca, sin poder pensar en otra cosa más que en la comunidad. Vi a la serpiente de madera, parecía más agresiva que antes, “sólo falta que me salte”, pensé. Aunque obviamente seguía siendo la misma serpiente de madera. Ya llevaba varios días masticando la idea de lanzarla a la basura, quemarla, romperla o lo que sea; pero algo me lo impedía, después de todo era una obra de arte, con una mano de barniz quedaría impresionante.

No la toqué, me refugié nuevamente en mis autoengaños mentales y así pasé otro día más. Pasé la noche pensando en los aspectos serpentinos de la vida. Quedé dormido pensando obsesivamente en serpientes.

Al día siguiente me di cuenta que estaba enfermo y obsesionado. Decidí llevar la serpiente al taller para que el maestro artesano le dé una capa de barniz y la ponga en una caja de cristal. Decidí que si se me presentaba una oportunidad adecuada, la lanzaría a la basura o a donde fuera, pero eso lo decidirían las circunstancias. Estaba igualmente resuelto a llevarla al artesano y quedarme con ella, o botarla y terminar de una vez por todas con ésa maligna pieza de madera.

Salí esa mañana, estaba caminando rumbo al artesano, cuando de pronto vi el camión de la basura a unas tres cuadras. Ni bien lo vi, supe lo que debería hacer, así que emprendí una loca carrera tras el carro de la basura. Cuando llegué agitado, el carro comenzaba a compactar los residuos del vecindario. Me acerqué y miré cómo la mandíbula de metal que tienen los camiones de la basura, trituraba los residuos; tomé con fuerza a la serpiente y la lancé justo al medio de la mandíbula de metal, alcancé a ver cómo era triturada y escuché el ruido seco que hace la madera al romperse.

En cuanto me deshice de la serpiente, sentí como si me hubiera quitado un peso de encima. De manera intuitiva tuve la sensación que todo el problema había terminado. Regresé fatigado a casa, al ingresar lo primero que hice fue lavarme las manos, como si hubiera arrojado a una serpiente verdadera. Turbado dormí toda la mañana, soñando nuevamente con formas serpentinas y hallando razones para explicar la vida a través de tal lógica. Al medio día desperté para almorzar y tomar un poco de sol. Me di cuenta que ya no estaba obsesionado con el deseo de volver a la comunidad y que mi mente se había liberado de las ideas serpentinas.

Por la noche decidí llamar a Giacomo. Había insistido tanto en la idea de volver a ver a la jovencita del restaurante, que al hablar con él, le pregunté:

-Giacomo, ¿cuándo viajamos a la selva?
-No, no, tengo mucho trabajo, no sé, se me ha pasado, tengo un deseo inmenso de trabajar, me siento renovado, ya no pienso más en la selvática. Estaba loco, recién hoy me he dado cuenta. -Me dijo mientras reíamos.

En la noche llamé a Cristian para darle la buena noticia de que Giacomo ya se sentía bien y para saber cómo se encontraba.

-No sé lo que me pasó, creo que fue la mirada de la Loromachaco lo que me afectó, pero ahora me siento como nuevo, desde hoy al medio día no siento nada más, he vuelto en mí, es como si me hubieran quitado un peso de encima. –Me dijo el jovencito con expresión de tranquilidad y alivio.

-Te entiendo Cristian, te entiendo, más de lo que tú crees. -Le contesté.

Antes de despedirse me hizo un pedido.

-¿Sabes? Creo que deberías regalarme esa serpiente de madera. ¡Vamos hombre! Mándamela como recuerdo del viaje y de la mirada de la Loromachaco. ¿Me la enviarás verdad?

-Ni loco Cristian. ¡Ni lo sueñes muchacho! -Contesté para luego colgar el teléfono.

FIN.
Escrito en Cusco. 2002. - Autor: David Concha Romaña


José Luís Morales Sierra. "Tentación"

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