Literatura y arte

desde el centro

del Mundo.

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Dioses, Hombres y Demonios

El Policía de Tránsito.

La Escuela de Entrenamiento de la Policía Nacional del Perú aún se encontraba cerrada. Los exámenes de postulación se iniciarían a las nueve de la mañana, sin embargo, Modidancio ya estaba en la puerta desde las seis; vestido con terno azul, calzados viejos pero bien lustrados y el cabello mojado y bien peinado. Portaba un pequeño cartapacio con lápices, su documento de identificación y varios folletos indicativos del proceso. Mientras esperaba en el frío, se imaginaba a sí mismo dirigiendo el tránsito, con uniforme verde olivo, chaleco con rayas fosforescentes y casco blanco. Desde niño había soñado ser policía de tránsito, su padre lo había sido, era su oportunidad para ingresar a la Escuela de la Policía y convertirse en lo que deseaba. Para las nueve de la mañana ya eran cientos de jovencitos esperando en la puerta. Pronto se abrió, el oficial a cargo salió, miró al contingente y les gritó:

-¡A ver, ustedes, pasen y fórmense!

Los muchachos ingresaron nerviosos pero presurosos, sabían que les esperaban largos meses de entrenamiento duro, antes de salir a trabajar como policías. Para la mayor parte de estos jovencitos era su única opción, provenían de familias llenas de hermanos menores y necesidades. Muchos de ellos habían asistido sin desayunar, con la ropa prestada y con todo el deseo de hacerse policías cuanto antes, para empezar a trabajar y ganar un poco de dinero para hacer sus vidas. Modidancio no; aunque era tan pobre como los demás, todo lo que deseaba era dirigir el tránsito, circular por la ciudad en una elegante motocicleta policíaca, o estar parado en una esquina dirigiendo el tránsito. Sabía lo que debía hacer, tenía toda su indumentaria, la cual había adquirido poco a poco en el baratillo. También sentía miedo y estaba nervioso, pero esperaba con impaciencia el momento de iniciar su entrenamiento. Todos los muchachos fueron revisados médicamente. Los psicólogos los evaluaron mentalmente para determinar su aptitud. Al final del día, los enviaron de regreso a casa con una nota impresa que decía: "La lista de candidatos aptos se publicará el lunes 23 del presente mes en la puerta de la Escuela".

***

Modidancio esperó impaciente la semana que faltaba para la llegada del 23. Todos los días hablaba con su madre sobre lo bueno que sería cuando logre ser policía de tránsito. Durante esa misma semana visitó el depósito de vehículos de la policía, conversó con los oficiales y compartió su entusiasmo con ellos.

El día lunes 23 se levantó muy temprano. Desayunó mientras su madre lo miraba con ternura y nostalgia. Al terminar su desayuno, su madre se acercó y tomándolo por los hombros, se despidió:

-Ve Modidancio, ve hijo. Si tienes que quedarte internado, te ruego que me mandes un mensaje.

Llegó a la puerta de la Escuela de la Policía listo y dispuesto a ingresar, no podía esperar, su corazón se le salía del pecho esperando que alguien salga a colocar la lista de ingresantes.

Cuando por fin, salió un oficial a colocar la lista, cientos de jóvenes se agolparon para leerla; algunos salían brincando de alegría al comprobar que habían sido admitidos, otros se retiraron serenamente sin decir nada, otros protagonizaron escenas de dolor con llantos y quejas. Modidancio esperó nerviosamente durante unos minutos a que la concentración de personas se volviera menos densa. Cuando, por fin, pudo acercarse con tranquilidad, buscó su nombre, pero no lo halló. Buscó y buscó, una y otra vez hasta que se convenció que no había ingresado. Con el corazón latiendo incontrolablemente, ingresó a la escuela y pidió explicaciones a la secretaria.

-¡Señorita, le exijo que me explique por qué mi nombre no se encuentra en la lista de ingresantes!

-¿Me dice su nombre por favor? -Le preguntó la secretaria sacando un legajo grande y mirándolo molesta.

-Modidancio Carpio. -Respondió.

Durante unos segundos buscó con la mirada en la lista que tenía entre manos. Al poco rato volvió a hablarle al joven.

-Escuche Modidancio. Estos han sido los resultados de su evaluación médica: “Deformidad en la curvatura del pie derecho y deficiencia visual del tipo hipermetropía”. Joven, lo siento, para ser policía nacional debe tener buena salud. Buenos días.

***

Modidancio regresó a su casa con sus ilusiones hechas pedazos. Su madre trató de consolarlo persuadiéndolo a estudiar alguna especialidad distinta. No admitió nada y se sumió en una depresión larga y preocupante. Durante semanas no salió de su habitación. Tan sólo al medio día comía algo. Se negó a asistir a una revisión médica. A la cuarta semana, lentamente comenzó a retomar su ritmo habitual de vida. Todos los días hablaba con su madre sobre lo bueno que sería llegar a ser policía de tránsito. Poco a poco, la madre se dio cuenta que Modidancio ya no hablaba en condicional o proyectándose al futuro. El joven había comenzado a asumir que era un verdadero policía. Antes que la madre pueda recurrir a alguien para consultar acerca de la salud mental de su hijo, un día de esos lo vio salir temprano, vestido de policía de tránsito.

-¡Adiós mamá, volveré al mediodía si no me toca el turno completo! A partir de aquel día la madre comprendió que Modidancio se había vuelto loco, su frágil mente juvenil no soportó la decepción, el pobre se psicotizó. Durante los meses posteriores, la madre hizo todo lo posible para hacer entrar en razón a su hijo. Nada se pudo hacer, Modidancio estaba totalmente divorciado de la realidad.

Todos los días se instalaba en algún punto de las calles Cascaparo y Calle Nueva. Vestía un uniforme de policía, tenía un pito para organizar el tránsito, no tenía arma, en cambio, se le permitió utilizar una varita de palo. Las personas del barrio y la policía lo dejaban tranquilo, después de todo, sabían que estaba loco, pero no le hacía daño a nadie.

Trabajaba durante todo el día. A las ocho de la mañana ya estaba en su puesto y permanecía allí hasta las seis de la tarde, sólo descansaba al medio día cuando su madre preocupada le llevaba sus alimentos o algún comerciante caritativo le alcanzaba algo de comer. Durante los quince años que estuvo dirigiendo el tránsito, nadie le pagó un centavo.

***

Un sábado, cuando el tránsito estaba más recargado que los otros días, un camión atravesó la Calle Nueva a una velocidad considerable, con tal infortunada suerte que atropelló a Modidancio, produciendo su muerte. En el hospital no se pudo hacer nada, pues llegó muerto. El día de su entierro estuvo su madre, un hermano suyo, un representante de la Beneficencia Pública del Cusco y el clérigo oficiante que dijo las palabras de defunción: “¡Señor! Acoge en tu seno al alma de tu hijo Modidancio y condúcelo a los cielos a morar en tu presencia, concédele la paz y el amor que no logró en esta tierra y perdónale sus pecados para que pueda morar junto a ti. Amen”.

Al finalizar la sencilla ceremonia, Modidancio fue enterrado en el campo santo del cementerio de Almudena. En su tumba se colocó una sencilla cruz de madera con su nombre y una pequeña lápida de piedra tallada con la siguiente inscripción: "Adiós Modidancio, siempre te tendremos presente. Tu madre Jacinta y tu Hermano Teofilo siempre rezaremos por tu alma". Sólo un ramo de rosas rojas fue colocado al pie de la tumba, y luego todos se retiraron. Durante la noche, la madre, quien hasta entonces había sentido desconsuelo, sintió que no debía seguir llorando. Sintió una súbita felicidad y regocijo. Aunque su mente le decía que se sintiera triste, como se supone que todos los deudos deben sentirse, su corazón se llenó de felicidad. Varias veces se preguntó: “¿Estará mi hijo en el cielo?”

***

Tres días después de la muerte de Modidancio, los ladrones de tumbas decidieron saquear la tumba del difunto. Los ladrones de tumbas saben que durante los tres primeros días no conviene saquearlas, pues saben que los espíritus de los fallecidos, permanecen durante ese tiempo, junto a sus tumbas, tomando conciencia de su propia muerte.

Al abrir la tumba se dieron cuenta que la de Modidancio no era buena candidata para la usurpación. Hallaron su cuerpo cubierto con su uniforme y una humilde medallita que le colocó su madre. Volvieron a tapar el cuerpo de cualquier manera y se mudaron a otra tumba. Mientras trabajaban, de pronto lo vieron, sentado, meditando al lado de su propia tumba. El espíritu de Modidancio no había partido rumbo a su destino, sino que se había quedado a esperar, no sabía qué hacer ni a dónde ir. Ellos sabían muy bien qué hacer, estaban acostumbrados a lidiar con los espíritus. Se acercaron dejando sus lampas e instrumentos tirados en el piso. Al llegar a su lado, Modidancio se paró y gesticuló frases imposibles de comprender, pues no tenían sonido, el pobre ya no podía actuar sobre el mundo material, pero podía oír lo que le decían. Los ladrones le gritaron:

-¡Modidancio, estás muerto viejo, estás muerto, mira, esa es tu tumba! ¡Tienes que salir caminando hacia la puerta del Campo Santo! ¡No mires atrás y verás cómo te vas al infierno! ¡Adiós muchacho! Saludos a Satanás. ¡Jajajajajaja!

***

Modidancio se dio cuenta de su verdadera situación, había muerto. Cuando analizó la situación comenzó a caminar hacia la salida del cementerio. A medida que avanzaba, las imágenes del lugar se hacían fugaces y poco definidas, los mausoleos que se encuentran cerca de la puerta se mostraban borrosos. Poco a poco el camino que conduce fuera del cementerio se configuró en un prado, a través del cual Modidancio caminaba, acompañado de muchas personas que al igual que él, caminaban. Cuando les preguntó a dónde se dirigían, se sorprendió al comprobar que ninguno lo sabía, simplemente seguían el sendero del prado. (En realidad era una gran extensión que tenía muchos prados). A mucha distancia se divisaba una construcción fulgurante que parecía hecha de cristal, todos se dirigían hacia allí. El camino era amplio y armonioso, lleno de plantas, flores, espinos, árboles, riachuelos, fuentes y piedras. El clima era magnífico para caminar y descansar, por doquier había árboles llenos de frutos. Vio a tantas personas que decidió dirigir el tránsito, se apostó a un lado del sendero y empezó a ordenar el paso de las personas. Todos obedecían y lo miraban saludándolo.

En cierto momento se acercó un anciano de mirada comprensiva y aspecto amigable, vestido cómodamente con sandalias y túnica blanca y le dijo tomándole uno de los hombros:

-Modidancio, siéntate un momento. Por favor come este fruto.

Y le entregó un fruto que Modidancio comió. Luego permaneció junto al anciano conversando. Al principio le preguntaba y averiguaba datos de cómo podría hacer para conseguir los permisos necesarios para dirigir el tránsito, pues le parecía que las personas caminaban en mucho desorden. Su interlocutor lo calmó diciéndole:

-Sólo tienes que esperar unos momentos y las cosas se harán más claras para ti. Espero que ya estés consciente que no estás en la tierra y que has muerto, ¿lo sabes verdad?

Poco a poco comprendió que había sufrido un trastorno mental, mientras vivía en la tierra y que estaba muerto, pero deseaba retomar su trabajo. El anciano al comprender sus deseos, lo tomó por uno de los hombros y le habló:

-Modidancio, no tienes que dirigir el tránsito por más tiempo, ya se acabó, lo has hecho bien, sólo tienes que llegar al palacio de cristal.

-Este camino me parece muy bonito, llegaré caminando, más bien le agradecería que me facilite un traje cómodo, ya no necesito este uniforme de policía, no lo quiero más, he comprendido que no me hace más falta.

-¿Qué tipo de traje deseas muchacho?

-No sé... El suelo se ve tan suave, el césped tan limpio, creo que caminaré descalzo. En cuanto al traje, quisiera uno más suelto, una túnica celeste o blanca sería ideal.

-En este lugar todo lo que está demás tiene que quemarse –le advirtió el anciano mientras Modidancio se vestía- Es muy fácil, te acercas a cualquiera de los fuegos que siempre están ardiendo cada cierto trecho, y simplemente echas lo que ya no necesites.

Modidancio continuó caminando y conversando con la gente. Al avanzar un poco más, reconoció uno de los fuegos, era un fuego potente y amenazador, lanzó su viejo uniforme de policía y siguió caminando. Junto a él muchas personas arrojaban al fuego todo tipo de objetos: libros, dinero, trajes de novia, ternos, pianos, y todo cuanto uno podría imaginarse. Al deshacerse totalmente del traje de policía, sintió que su pasión por dirigir el tránsito se desvanecía completamente, se encontraba en paz y podía apreciar con comprensión todo lo que le había inquietado en la tierra. Se dio cuenta que la edificación de Cristal se hacía más cercana, no en la medida en que caminara, sino en la medida en que se desprendía de algo que él había considerado muy querido en la tierra. En cierto momento, mientras caminaba conversando con la gente, descansando entre las flores o comiendo frutos de los árboles, dejó de evocar objetos materiales y sus pensamientos se hicieron cada vez más escasos.

Ya muy cerca de la edificación se sintió completamente vacío de todo contenido, tanto que ni siquiera podía seguir conversando con las personas que habían llegado junto a él. Cuando vio la edificación de cristal frente a él, quedó sorprendido, pues sólo era un espejismo, una consecuencia del reflejo de la luz sobre el espejo de agua que allí se encontraba. Lo único que estaba hecho de cristal, era un arco del tamaño de una gran puerta, por donde podían pasar cómodamente varias personas.

Cuando llegó al lugar sintió tranquilidad y paz, vio su vestimenta y se dio cuenta que ya no la necesitaba, se desnudó y la arrojó a uno de los fuegos. Se incorporó y se acercó al arco. En el umbral se tomó de las manos con las otras personas, y juntos lo atravesaron. Al pasar el arco sintió que su ser se fundía con los demás. Quiso separarse de ellos, pero ya no tenía conciencia, ni voluntad. Su ser se unió a los demás, y poco a poco, el grupo desapareció en la eterna extensión del infinito.

FIN.
Escrito en Cusco. 2002. - Autor: David Concha Romaña


Carlos Olivera Aguirre. "Las novias".

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