Literatura y arte

desde el centro

del Mundo.

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Mutación

El camino del águila.

-¡Bajo, bajo, bajo! -Tuve que gritar para que el chofer del bus se anime a parar y me permita bajar.

-¿Va usted a bajar en este paraje, caballero? -Me preguntó el chofer.
-Sí, aquí tengo que bajar. -Le contesté.
-Tiene usted que saber que no es recomendable bajar en este lugar. Pero si usted quiere… no me puedo oponer, total, usted es un adulto. -Me advirtió.
-Sí gracias, estaré bien, soy aventurero.

Sin decir más palabras bajé del bus, ante la mirada incrédula del chofer y de algunos pasajeros. Uno de ellos, un caballero de la tercera edad, se paró encolerizado, rojo por la impresión y me detuvo:

-¡Oiga, oiga, joven insensato! Por lo menos permítame decirle por qué no debe quedarse en este lugar.
-No se preocupe caballero, conozco los riesgos. Adiós.

Bajé del bus más o menos a las cinco de la tarde, de tal manera que tendría que dormir en el campo. Tenía todo mi equipo para caminar y adentrarme en lo desconocido. Al terminar de bajar mi equipo de la parrilla del bus, recibí una última advertencia de uno de los pasajeros:

-Señor, usted no está preparado para bajar, no conoce el lugar, debería dejar de lado esos planes.

Le agradecí su buen consejo con un gesto, pero yo estaba decidido, así que sin más demora, batí la mano y prácticamente obligué al chofer a partir. Tomé una profunda aspiración de aire puro y vi alejarse al bus. Completamente decidido volteé, observé la infinita extensión de las montañas e inicié mi caminata.

***

Durante aquellos meses todo me salió mal, perdí el empleo, tuve problemas con mi novia, comencé a abusar de la bebida, fracasé en un par de proyectos en los que tenía mucha fe, con tan mala suerte que también me quedé con mi cuenta bancaria en una vergonzosa situación. Debido a estos acontecimientos, veía la vida como una miserable cloaca de sufrimiento y tedio.

Estaba tan fastidiado con la vida que decidí salirme del sistema, alejarme de la gente y huir de esa situación. Analicé muchas alternativas, pensé que podría irme a vivir una temporada a la China; enrolarme en un buque mercante, de grumete o de lo que fuera; pensé pasar una temporada en las Islas Galápagos investigando el origen de la vida; poner al día mis conocimientos de Antropología Peruana e irme a vivir a Chavín de Huántar. También pensé en marcharme a los Estados Unidos, en condición de ilegal y convertirme en uno de esos drogadictos locos que viven bajo los puentes; pensé también en alejarme a vivir a una provincia abandonada de la sierra, o uno de esos pueblos en los que uno puede vivir sin problemas, y encima, ser el bacán del pueblo, el galán de las cholitas y el favorito de las autoridades. Con toda la criollada que uno aprende en las ciudades grandes, la pasaría como los Dioses; sin embargo, de sólo pensar en el proceso de adaptación al que indudablemente me sometería, desistí de la idea. Pasé varias semanas revisando alternativas, todas las iba descartando porque les hallaba el lado inconveniente.

Una de esas mañanas, me desperté más deprimido y aburrido que nunca. Mi departamento parecía la morada de un loco. Mi teléfono no sonaba hacía días, nadie me mandaba E- Mails, ni cartas; y por último, los malditos de mis amigos me abandonaron al darse cuenta que estaba atravesando una temporada de odio por la sociedad. Con las justas me levanté y me preparé lo que yo llamo un “desayuno creativo”. (Ustedes tienen que comprender queridos lectores, que cuando uno no tiene dinero y esta en bancarrota, hay que alimentarse lo mejor que se pueda). Bueno, esa mañana mi desayuno consistió en un pedazo de pizza de la noche anterior, una taza de mate con azúcar, un vaso de ron con coca cola que había sobrevivido a la juerga más reciente, y un cigarrillo a medio fumar.

Mientras masticaba de mala gana el pedazo de pizza, vinieron a mi mente recuerdos de mi infancia, recordé a mi padre, recordé las veces que me llevaba de viaje a Paucartambo en busca de alguna mina. Recordé de manera especial cuando paraba su camioneta en una de esas abras de la montaña y bajaba junto a mí, levantaba su brazo, señalaba a las montañas lejanas que se perdían en el horizonte, y me decía:

-Salvador, hijo mío, aquellas son las tierras de la perdición, el lugar donde no hay padre ni madre, quien se adentre en esas tierras no volverá, todos los que han entrado no han salido nunca más, allí no hay caminos.

En ese preciso instante lo supe, mi alejamiento de la indeseable sociedad criticona, incomprensiva e hipócrita, mi escape de la cloaca, mi salida del sistema tendría que tener esos niveles de reto. “¡Me internaré en la tierra donde no hay padre ni madre! A ver si así me deshago de una vez por todas de todo lo que me jode”. Me dije y lo decidí.

Me bañé con un entusiasmo renovado, me cambié y fui directo al banco para retirar mis últimos dolarcillos, con los cuales adquirí el equipo necesario para hacer un largo periplo por el territorio desconocido. “No hay misterio alguno, son fantasías, seguro que se trata de una tierra virgen donde podré vivir un tiempo con alguna comunidad auténticamente nativa, la pasaré bien, es la mejor elección”. Pensé.

***

Mientras daba los primeros pasos hacia el territorio desconocido, volvían a mi mente las palabras de mi padre: “Esa es la tierra de donde nadie vuelve, es la tierra donde hay padre ni madre”. Esas palabras resonaron como la última advertencia para desistir y no internarme en la inexplicable inmensidad de las montañas; sin embargo, también sabía que era debido a esas mismas palabras que me encontraba allí.

Luego de la partida del bus, supe que tendría que hacer el viaje. No me importaba nada. Así que comencé a caminar, perdiendo poco a poco la cercanía con la carretera. Bajando cuidadosamente las pendientes llenas de bruma que conducían poco a poco a territorios desconocidos. Desde el inicio caminé solo, no había nadie más que yo en el camino, en la medida en que avanzaba podía ver a lo lejos la espesura de la selva, sin embargo, al inicio del camino hacía mucho frío y era evidente que estaba aún en pleno descenso desde la sierra, para alcanzar poco a poco la ceja de selva. Lo extraño de esta situación es que no seguí ningún camino, ni sendero, caminé por la montaña aparentemente virgen, escuchando tan sólo el sonido de la vida silvestre. La primera hora de caminata fue bastante apresurada, me atemorizaba el temor lógico que cualquiera hubiera sentido al internarse en un territorio desconocido y temido.

Pese a las advertencias, durante el primer día no hallé nada extraño. Cuando cayó la noche, encendí una pequeña fogata, abrí la única botella de vino que llevé y con mucho agrado me tomé el incomparable vino semi seco “Viña Vieja” de Ica, luego instalé mi carpa y dormí. Tuve una noche pesada, con sueños tenebrosos y constantes momentos de insomnio. Una y otra vez me pregunté: “¿Por qué razón tenía que ser precisamente yo quién tendría que internarse en ese paraje, si cuando era niño sólo sentía temor?” Dormí dudando, total, al día siguiente podría volverme y desistir de la loca aventura, sin embargo, inmediatamente luego de imaginar mi posible regreso, pensaba: “¿De qué valdría volver? Si es precisamente saliéndome del sistema que he venido a este lugar”. Durante esa primera y tenebrosa noche, pese al temor y la soledad, sentí después de mucho tiempo, algo de paz mental.

Amanecí como a las seis de la mañana, con el cuerpo pesado y la mente nublada por lo tenebroso de la noche. Me incorporé abrigando la esperanza de decidir si volver o no. Salí de la carpa para desperezarme e iniciar el día. Lo primero que hice fue reconocer el ambiente, para fijar la dirección de mi camino. Grande fue mi sorpresa al comprobar que ya no me era posible divisar la carretera, con gran asombro comprobé que, ¡estaba perdido en un paraje desconocido! Recorrió mi cuerpo una suerte de descarga eléctrica y volvió a resonar en mi mente la advertencia de mi padre: “Este lugar es donde no hay padre ni madre…”.

Respiré y me calmé, miré al cielo y vi una gran ave dando vueltas, exactamente sobre mi cabeza, a decenas de metros de altura. En cuanto la vi, el ave descendió rápidamente hacia mí, me asusté y me agazapé en el suelo sin perderla de vista. Aterrizó en una peña, a unos diez metros y me miró con mirada penetrante; era un águila de gran tamaño, en cuanto la vi me incorporé, el ave volvió a alzar el vuelo velozmente hacia las montañas. Quedé impresionado, obviamente esa ave había descendido debido a mi presencia. Al ponerme a caminar, siguiendo un impulso de conservación u orientación, seguí la ruta del águila, directa hacia la inmensidad de las montañas. Aunque lo intenté, no volví a divisar nada que se pareciera al camino de regreso, no vi ninguna señal de vida humana, sólo un camino poblado de vegetación, piedras, agua en lagunas pequeñas y manantiales, aves pequeñas y uno que otro animal que se acercaba tímido entre los elementos del paisaje. Ya no estaba en condiciones de decidir, las circunstancias habían decidido por mí.

***

Después de dos días de caminata me di cuenta que el paisaje parecía ser infinito, cuanto más avanzaba, más lejanas me parecían las montañas, y lo que parecía ser la espesura de la selva se divisaba tan lejana como el primer día, aun cuando los vientos selváticos cargados de olores, llegaban hasta mí. En cierto punto de mi caminata llegué a tener temor de quedarme así, deambulando en una monotonía sin sentido. Pasaron por lo menos diez días o más. En realidad perdí la noción del tiempo, aun cuando era posible saber la hora por la posición del sol y contar el paso de los días, me desinteresé del asunto. Los alimentos se terminaron, así que me alimenté de todo lo que podía; pescaba, cazaba pequeñas aves y las asaba, recogía hierbas comestibles. La alimentación no fue un gran problema. El verdadero problema era que no había manera de volver y no hallaba presencia humana por ningún lado. Me puse a pensar qué sería de mí, abandonado, en algún momento sería atacado y devorado por las fieras.

Uno de tantos días desperté muy temprano y al salir de la carpa, lo vi nuevamente, era el águila que hallé al principio, estaba posado sobre una roca, a unos cuantos metros de mi carpa. Al verlo, sucedió lo mismo que al principio, me miró, levantó el vuelo y se alejó señalándome un horizonte, un camino para seguir. Inmediatamente después de verlo seguí la ruta que me demarcó, ya cerca del medio día llegué a una planicie con rocas. Fue grande mi sorpresa al hallar que en esas rocas se encontraban tallados algunos símbolos. La primera a la que me acerqué tenía tallada una serpiente que salía de un agujero y apuntaba hacia el sol; en otra hallé un símbolo doble, una saliente y un agujero que se adentraba hacia lo profundo de la roca. Seguí caminando y hallé una gigantesca roca tallada con cuerpos humanos y animales en bajo relieve, de tamaño natural; eran como moldes en los que uno se podía acomodar.

Al ingresar en uno de ellos y acomodar mi cuerpo a la forma del molde, me sentí absorbido por la roca y unido a todas las formas talladas. Sentí un profundo sentimiento de unidad con todo lo existente. Logré salir del molde ya en la noche. Me pareció que habría transcurrido sólo un momento, pero al salir comprobé que ya había obscurecido, así que decidí quedarme en esa especie de templo a dormir, curiosamente descubrí que fuera del molde me sentía muy incómodo, así que permanecí allí, descansando un momento más. Ignoro cuanto tiempo pasó, pero quedé profundamente dormido. Tuve un sueño en el que observé que ingresaban interminables almas en los moldes de piedra. Desperté del sueño con una sensación de plenitud, con un sentimiento de ser uno y todos a la misma vez.

Al salir del molde ya era un nuevo día, salí admirado y sorprendido por la cantidad de tiempo que allí permanecí. Me acerqué a mis cosas para alimentarme y seguir caminando, pero, grande fue mi sorpresa al ver que ¡Todas mis cosas lucían viejas e irreconocibles! Como si hubiera pasado años y años para ellas, pero no para mí, estaban prácticamente descompuestas. Sentado un momento al lado de mis cosas, pensé en todo, hasta que llegué a la conclusión que alguna circunstancia las había deteriorado mucho más allá de lo normal. ¿Acaso había transcurrido el tiempo de una manera diferente para mí que para las cosas?

No pude hallar respuesta y me senté a esperar y pensar. Luego de algún tiempo pensando me incorporé, abandoné mis cosas y seguí caminando por la planicie. En el horizonte ya no veía las montañas ni la selva, veía una gran extensión de piedras y vegetación. Al acercarme a una gran roca, observé que podría subir. Subí con algún esfuerzo y me senté en la cumbre. Después de permanecer un tiempo sentado, vi pasar raudo al águila, nuevamente se detuvo a algunos metros cerca de mí, me miró y alzó el vuelo, esta vez se fundió en el horizonte, me causó la impresión que se metía al mismo sol. Me quedé sentado un momento más en la cumbre y sentí la presencia del viento que me golpeaba la cara. El viento me hizo pensar en el significado de los símbolos, del águila, de mi viaje. No llegué a ninguna conclusión, los símbolos eran un misterio indescifrable, sin embargo, el viento me repetía una y otra vez en los oídos: “No existes más… no existes más…”

Con este pensamiento producido por el viento, bajé de la roca y seguí caminando, admirando muchas rocas labradas con símbolos y figuras. Procuré avanzar lo más rápido posible, tenía temor de acercarme a las rocas, pues me producían un sentimiento de atracción irresistible. Estaba convencido que contenían algo de aquello que estaba buscando. Me detuve al lado de una de ellas para descansar y me senté sobre ella, la sentí tan cómoda que me eché, hasta que me di cuenta que se moldeaba a la forma de mi cuerpo en la misma medida en que me movía. Me incorporé rápidamente, temeroso. Al pararme me acerqué corriendo lo más rápido que pude hacia la orilla de una pequeña laguna, al acercarme, la laguna parecía alejarse, se desvanecía, se alejaba mientras yo intentaba alcanzarla; en la medida en que corría y corría, veía a mi alrededor, mi vida, las razones por las que decidí adentrarme en ese lugar, las rencillas, a mi familia, mi trabajo; todo pasó por mis ojos y mi mente en unos segundos, mientras yo seguía corriendo hacia la laguna.

Cuando llegué a la orilla, me sorprendí al comprobar que ¡estaba nuevamente al pie de la carretera desde donde había iniciado mi camino! Podría volver si lo quisiera. Estaba a punto de ingresar a la carretera de un salto, pero en ese momento paso muy cerca de mí, nuevamente el águila, seguí su vuelo con la mirada. Ante mi asombro, desapareció internándose en la estructura de roca donde se hallaban los cuerpos en bajo relieve.

Decidí seguirla una vez más, me acerqué hasta ella, y al llegar me sentí impelido a ingresar a uno de los cuerpos labrados en bajo relieve, me coloqué en uno de ellos, sintiéndome muy cómodo y relajado. Mientras permanecía enervado, poco a poco, pude ver a través de los ojos del águila, sentí la libertad de su vuelo a través del espacio; me dejé arrebatar por sus alas, mi cuerpo se mutó a su forma, fui transportado a su mundo y mi ser se fundió con el suyo, mientras mis ojos se deslumbraban ante el destello de la luz del horizonte.

FIN.
Escrito en Cusco. 2000. - Autor: David Concha Romaña


Nora Veronica Sanchez Larreteguy. "Galicia en llamas"

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