Literatura y arte

desde el centro

del Mundo.

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Cuentos Mundanos

Vida de Vago.

Una de esas tardes de diciembre cuando la navidad se acerca y las fiestas se proliferan más allá de la cuenta, a eso de las cinco y media, luego de haber hecho una larga siesta desde las dos de la tarde, se terminó el sueño, el telecable llegó a un punto crítico en que no lo aguantaba ni un minuto más, la computadora me cayó absolutamente antipática, la idea de pasar una velada con mi familia me pareció lo más aburrido del mundo, llamar a mi novia realmente no era una buena idea, otra noche de romance con la misma chica, no amigos lectores, no, no ¡y no! Era necesario un cambio.

Pensé que salir a cenar y luego meterme a algún club nocturno sería lo más acertado, claro, era una magnífica idea, realmente magnífica. Era un día especial, lunes laborable, qué demonios me importaba, total, estaba pasando por una temporada larga y feliz de vagancia y encima tenía la convicción y la resolución de sólo hacer unos cuantos trabajos para seguir teniendo dinero en el bolsillo, pero en el mes de diciembre los trabajos se terminan, todos se concentran en organizar su navidad, en el pavo, los regalos, los nacimientos y esas cosas tan chéveres de la navidad. A pocos días de las fiestas, no valía la pena preocuparse por el trabajo. Sí, mandé al diablo al trabajo, a la filosofía del trabajo, a la culpabilidad de no trabajar, mandé al diablo todo eso, tomé un puñado de dinero de mi caja de caudales, me puse una casaca abrigadora llena de bolsillos, jalé mi celular y me largué a la calle a caminar sin rumbo, hasta encontrar un buen lugar donde cenar mientras hacía tiempo.

Mientras deambulaba por la ciudad, gozando de mi juventud, mi salud, mi libertad, mi irresponsabilidad y mi inmadurez, me daba vueltas en la cabeza la sentencia bíblica: “Comerás el pan con el sudor de tu frente” Claro, es cierto, que duda cabe, pero, no ese día ni ese mes, “será más adelante, desde enero…” Pensaba. Y así, tranquilo y despreocupado me dejaba llevar por el hechizo que produce la luna llena. Me metí a cenar una hamburguesa con una gran gaseosa, no fue una, fueron tres hamburguesas de esas triples, llenas de champiñones y colesterol, mientras las devoraba pensaba también: “¿Y el cuentazo de la comida chatarra y la salud y todas esas cojudezas?” ¡Que se vaya al diablo la salud y que viva la comida chatarra! ¡jajajajajajaja! Me reía mientras devoraba las apetitosas hamburguesas y bebía la supuestamente dañina gaseosa llena de azúcar y cochinadas químicas. La verdad es que luego de cenar me sentí tan bien, tan reconfortado por la comida apetitosa y sabrosa que dudo mucho que me haya causado algún daño, me hubiera sentido mal si se me hubiera ocurrido cenar una de esas sanas dietas imposibles con yogurt y ensalada de frutas. Al cacho con las calorías, tantas más, mejor, pues esa noche las necesitaría para que me sustenten en mis aventuras.

Saliendo de cenar, sería alrededor de las nueve de la noche, así que de frente me fui a la Plaza de Armas a buscar algún plan para pasar unas horas agradables, como a esa temprana hora de la noche, las cosas todavía están bastante frías, decidí meterme al bingo a jugar unas monedas mientras hacía hora, con tan buena suerte estuve jugando y gozando de las fantasías del bingo, que hasta llegué a salir con un saldo a favor y dos vasos de whisky encima. Ya eran las once de la noche, así que me salí del bingo y me puse a deambular en busca de chicas, de gringas y de planes para pasarla bien.

Esa noche, parece que a toda la juventud de la ciudad le había pasado lo mismo, el centro de la ciudad parecía un peregrinaje, pero no a ningún santuario sino a las discotecas y a los lugares nocturnos. Todos los parroquianos habían salido con planes parecidos a los míos. Pero era día lunes, y qué. Qué se vaya al diablo el lunes y el trabajo. ¡Que viva la vida y la libertad! ¡Abajo el trabajo carajo!

Mientras deambulaba se me entró una idea precisa, así que rápidamente me fuí a la calle Maruri y me metí en el club “Gárgolas” Pedí una jarra de cerveza y me puse a brindar y bailar toadas con las chicas fáciles de la selva que abundaban en ese lugar, habré estado en ese lugar nocturno, semi obscuro y súper mundano bailando con varias mariposas nocturnas, llenas de sensualidad y amor falso, no quería amor de verdad, para qué más, si tenía a mi novia, a mis amigos, a la familia, al barrio, a miles de amigos que me pasaban la voz todos los días, si tenía al género humano entero para ser amigos, además tenía el amor de Dios y las deidades. Para qué más amor esa noche, no quería amor, quería bailar, hablar barbaridades, conversar con las chicas, divertirme con ellas por dinero, darles besos sin amor y recibir caricias, cotizadas cada una a una fracción de dólar. Eso también es bueno, muy bueno amigos.

Bailé y me divertí alocadamente con las muñecas selváticas hasta las dos de la mañana y luego, no contento con tanta diversión me fui a la calle plateros a comer snacks árabes en un gracioso restaurantillo nocturno de inmigrantes árabes. Luego de comer unos ricos platillos, volví a salir con las mismas y me fui al “Kamicase” a encontrarme con los amigos de mi promoción, y allí estaban, plantados en la barra como estatuas, junto a ellos me quedé conversando del pasado, bebiendo caipiriña, riendo a carcajadas, rajando de los ausentes, hablando mal de nuestras novias, jactándonos de nuestros logros y derrochando nuestra juventud.

Más tarde, en uno de esos cambios de luces y movimiento de gente, los dejé en la barra y me aparecí bailando música de AC/DC con una gringuita rica que me sacó a bailar, me quedé con ella hasta las cuatro de la mañana, entre bailar, tomar unas copas y coquetear. Ya cerca de las cinco de la mañana, la gringuita se perdió en la discoteca, seguro que se fue a bailar con otro.

A esa hora sí, me sentí agotado y satisfecho, así que salí de la disco y me fui directo a la calle plateros en busca de una infusión reconfortarte. Me tomé una deliciosa infusión de quiwicha con quinua y luego me subí a un taxi y volví a casa, a dormir.

Al día siguiente, después de haber dormido como un león, me levanté a las diez de la mañana, puse el televisor para escuchar las noticias, me dí un reconfortante baño caliente, me cambié y bajé para desayunar, mientras bajaba pensaba en las cosas ricas que comería en el desayuno: quesos, mermeladas, huevos fritos, mi cena de la noche anterior. ¡Qué sé yo! Todo lo que quisiera hasta quedar saciado.

Mientras desayunaba, mi madre entró a acompañarme y conversar. Conversamos de todo un poco, hasta que casi al finalizar mi desayuno, me preguntó:

-Hijito querido. ¿Hasta cuando vas a estar de vago?
-¿Vago yo? Bueno…bueno mamá. Hasta enero, no te preocupes, hasta enero…

Luego de tomar el último sorbo del jugo de papaya, salí al kiosco de periódicos para encontrarme con los vagos del barrio. Mientras esperábamos la llegada del medio día, conversábamos de todo tipo de tonterías, reíamos alegremente, rajábamos de las viejas del vecindario, piropeábamos a las chicas y tomábamos helados, disfrutando de lo lindo mientras se acercaba inexorable la hora del almuerzo en la casa de mi santa novia.

FIN.
Escrito en Cusco. 2001. - Autor: David Concha Romaña


José Antonio del Castillo. "Tres chicas posando desnudas"

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