Literatura y arte

desde el centro

del Mundo.

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La Serpiente del Paraíso y otros cuentos

El Salón de los Espejos.

Un buen día bajé en una de las estaciones del tren y me puse a caminar en busca de alguna distracción para pasar la tarde. Caminando y caminando, me encontré con un parque de diversiones. Era un parque antiguo, pero bien cuidado, de ésos que tienen el carrusel de caballitos para los niños, la gran rueda de Chicago, el tren fantasma y otras atracciones de los parques antiguos.

No tenía intención de entrar a ninguno de los juegos, pues ya había disfrutado demasiadas veces de ellos cuando era niño; sin embargo, en cierto momento, mientras caminaba distraídamente, me encontré en la puerta de uno de esos juegos que llamó mi atención, se trataba del “Salón de los Espejos”. Me quedé un momento observando la gran puerta, hasta que decidí ingresar. Compré un ticket en la boletería y me acerqué para entrar.

En la puerta estaba sentado un señor mayor, con la barba crecida, extrañamente vestido, con la mirada perdida, recibiendo los boletos. En el momento en que llegué, nadie más estaba dispuesto a ingresar al juego, de tal manera que me acerqué al caballero y le alcancé mi ticket. Al recibirlo, me miró sorprendido y me habló:

-Vaya muchacho, si no sabes quien eres, es mejor que no ingreses.

-No le respondí, esperé a que me reciba el ticket e ingresé pensando: “Vaya viejo loco, con qué derecho insinúa que no sé quién soy”.

Ingresé por un pasillo repleto de espejos. Avancé observando mi imagen en las paredes, los techos y el suelo, hasta que llegué a lo que parecía ser un gran salón. Mi imagen se reflejada en todo lugar, estaba por todo lado y en todas las posiciones, generando la ilusión de que se multiplicaba infinitas veces.

Caminé entre imágenes, hasta que me di cuenta que había una suerte de laberinto de espejos al fondo del salón, y allí me dirigí. Mientras avanzaba, podía ver mi imagen retorcida por el efecto de algunos espejos deformantes, entonces comencé a reírme y divertirme; sin embargo, el hecho de verme de tantas maneras diferentes me intrigó, entonces recorrí el lugar, tratando de explicarme claramente el mecanismo y la distribución interna. En cierto momento me di cuenta que estaba perdido en un laberinto de imágenes, por todos lados estaba mi imagen, riendo, intrigado, pensando, caminando o detenido por unos momentos. En ninguna otra ocasión me había visto a mí mismo, tantas veces y en tantas posiciones y situaciones diferentes.

Luego de un largo rato decidí salir, pero no encontraba el camino. Una y otra vez me dirigí al salón, pero al llegar me daba cuenta que sólo era un reflejo más; una y otra vez me dirigí al pasadizo y descubrí que estaba en el salón, avanzando hacia el fondo envés de salir.

Habré estado una hora o más tratando de salir, pero no lo lograba, hasta que comencé a molestarme. En cierto momento, cansado de ver mi imagen reflejada miles de veces en el ambiente, me detuve y grité: “¡Señor, por favor, deseo salir, no encuentro el camino!”. Pero lo único que obtuve como respuesta fue mi propia voz, y la imagen de mí mismo gritando una y otra vez: “¡Señor, por favor, deseo salir, no encuentro el camino!”

Luego de un tiempo, me detuve molesto, tomé un profundo respiro y cuidadosamente, caminando lentamente y mirando en una sola dirección, traté de hallar el camino de salida; pero no lo hallé. Mientras lo intentaba, observé muchas veces mi propia imagen caminando cautelosamente, acercándome hacia mí mismo, introduciéndome en mi propio reflejo, tocando mi propia imagen. Varias veces vi la puerta de ingreso y entonces corrí hacia ella entusiasmado, pero no estaba allí, era sólo un reflejo.

En cierto momento, me sentí cansado y traté de sacar unos caramelos de mi bolsillo, al introducir la mano, no sentí mi cuerpo, sentí que trataba de palpar mi propio reflejo, me daba la sensación de haberme transformado en uno de los miles de reflejos de mí mismo que inundaban el ambiente.

Pensé que rompiendo algunos espejos, tendría un punto de referencia para lograr salir, entonces molesto, tomé algo, mi reloj, y lo lancé violentamente contra uno de los espejos, pero luego de unos instantes, vi que se introducía en su interior convirtiéndose en un reflejo más. Mi imagen lanzando el reloj se multiplicó miles de veces en todo el ambiente.

Perdí la noción del tiempo tratando de salir, hasta que me resigné y comencé a deambular sin rumbo como un peregrino de un mundo de reflejos; caminaba sin saber si era yo quien caminaba, o era tan sólo uno de los miles de reflejos de mí mismo. No importaba hacia dónde fuera, siempre era lo mismo, reflejos y más reflejos. No sentía mi cuerpo ni mi mente. Observaba mis reflejos y me reía burlonamente, no sabiendo si era yo quien reía o eran los reflejos los que se reían de mí.

En una de esas vueltas, quedé convencido que yo era sólo un reflejo más. Entonces me dediqué a observar al confundido sujeto que estaba caminando perdido por los caminos del laberinto de reflejos, me reí y burlé de él, hablando a voces: “¡Pobre hombre, pobre hombre, no sabe quién es, no sabe de dónde viene ni a dónde va! ¡Jajajajaja!”

De rato en rato la consciencia de mi identidad volvía a mí y entonces, pensaba en la urgencia de salir; pero no era posible, la salida era sólo una ilusión, cada vez que corría hacia ella, descubría que era un reflejo más y que la salida verdadera estaba al otro lado. Hasta que cansado, desistía temporalmente de mi deseo de salir.

Luego de un tiempo, perdí progresivamente la sensación de ubicación, pues en medio de tantos reflejos me veía de cabeza, de costado, de frente, riendo, enojado, molesto, alegre, avanzando, detenido, corriendo o hablando y gritando. Me detuve porque no sabía si estaba de cabeza o parado, comencé a moverme lentamente en el ambiente, tratando de palpar las paredes, pero sólo lograba tocar mi propio cuerpo, de rato en rato lo tocaba creyendo tocar un cuerpo ajeno; entonces me reía de los defectos morfológicos del pobre sujeto que estaba atrapado en el salón de los reflejos, de rato en rato lo miraba a través de miles de ojos, y pensaba o gritaba: “¡Pobre hombre, no sabe quién es, no logrará salir, no podrá encontrarse, está perdido en medio de sí mismo! ¡Jajajajaaja!”

En cierto momento decidí que la manera de terminar con esa situación, sería cerrar los ojos, así no vería más mi reflejo, ni el de mi reloj ni ninguno otro. Cerré los ojos, pero no sirvió de nada, en mi mente se reflejó mi propia imagen. Luego los abrí y los volví a cerrar, una y otra vez, hasta que en cierto momento, no sabía si estaba con los ojos abiertos o cerrados, pues veía mis ojos por todo lado, tanto abiertos como cerrados. Nuevamente me sentía ajeno al sujeto peregrino, y con una mirada omnipresente me burlaba de él hablando a voces: “¡Pobre hombre, pobre hombre, no sabe quién es, no sabe de dónde viene, ni sabe a dónde va! ¡Jajajajaja!”

Abandoné al peregrino y me uní a los reflejos, mejor debería decir que ellos me absorbieron. Durante un largo período de tiempo, observé con miles de ojos al sujeto peregrino, desesperado tratando de salir o de hallar un norte. De rato en rato, la razón volvía a mí y pensaba. “¿Pero si el peregrino soy yo? ¿Cómo es posible que me burle de mí mismo?”

Luego de un largo tiempo, la caminata y los reflejos me indujeron a un estado de consciencia incrementado, aun cuando sabía que el pobre sujeto peregrino era yo mismo, comprendí que se había producido una escisión en mí. En cierto sentido, el sujeto peregrino era una expresión arcaica de mí mismo, ese sujeto que buscaba desesperado la salida era el hombre que ingresó, pero yo ya no era el mismo, una instancia de mí ya no deseaba salir. De tal forma que decidí que el sujeto no me importaba más, entendí que era sólo un ser confundido de materia corrupta el que había ingresado, lo que correspondía era deshacerme de él. El pobre sujeto se había convertido en un atavismo de mi personalidad, era una sombra de mi pasado, un depositario de mis bajos deseos materiales.

Sentí una profunda necesidad de deshacerme del que en algún momento fue mi reflejo, para mí, ese reflejo me era ajeno, le pertenecía al patético sujeto peregrino que desesperado buscaba una salida. Quise quedarme allí, en ese mundo de reflejos, que me ofrecía la posibilidad de ser miles de yoes a la misma vez, vivir allí era mucho mejor que vivir atrapado en el grotesco cascarón formado por el cuerpo del sujeto, pataleando en el aparatoso mundo material.

Poco a poco, en la medida en que mi resolución de abandonar al patético sujeto se hacía completamente certera, sentí que el sujeto se hacía cargo de su propia vida y me dejaba en paz, dejé de preocuparme por el cuerpo, las manos, los brazos, las piernas, en si, por todo el conjunto de órganos que componen la identidad y generan la sensación corporal de ser un hombre. Dejó de interesarme la manipulación de objetos, la sensación de ser individual. Entonces dejé de pensar individualmente y me uní a una gran mente colectiva que me hizo sentir que éramos muchos pensando juntos (si se podría llamar así, pues en realidad no sé lo que sucedió, sólo que dejé de ser un individuo).

***

La última reflexión individual que tuve me permitió saber que no podría hablar más en singular, sino que, al unirme a todos los múltiples yoes, me había convertido en parte de un gran grupo, una personalidad compuesta por muchas voces e imágenes. Sentimos que teníamos el deseo de reflejar algo nuevo. El sujeto peregrino nos dio lástima, su apego a las mezquindades de su vida terrenal, su reloj… que daba vueltas y vueltas en medio del diamante de reflejos. Entonces, en un arrebato de cansancio y monotonía por tener que seguir reflejando al indeseable sujeto, gritamos fuertemente: “¡Pobre sujeto, no sabe quién es ni lo sabrá, pues ya no es nadie, ya no tiene consciencia ni espíritu, es sólo una imagen, un recuerdo, un reflejo deambulante! ¡Ni siquiera es un alma en pena! ¡jajajajaja!”.

Luego, en cierto momento, observamos que el sujeto halló la salida, o pareció que la halló, encontró una silleta y se acercó a ella y trató de establecer a través de ella, una conexión con su realidad, más se dio cuenta que la salida era nuevamente un reflejo y nada más. Cansado y envejecido se sentó en la silleta a esperar, hasta que ingresó por la puerta un sujeto que deseaba divertirse con las ilusiones del salón, se acercó al sujeto peregrino y le alcanzó su ticket. El sujeto peregrino lo tomó, y mirando al nuevo cliente con expresión perdida y extraña, le dijo: “Vaya muchacho, si no sabes quién eres, es mejor que no ingreses”.

El nuevo cliente no le respondió, sólo ingresó murmurando: “Vaya viejo loco, con qué derecho me dice que no sé quién soy”.

FIN.
Escrito en Cusco. 2006. - Autor: David Concha Romaña


José Luís Morales Sierra. "Imágenes"

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