Literatura y arte

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del Mundo.

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La Serpiente del Paraíso y otros cuentos

El Júbilo de las Bases.

Después de recibir a los muchachos en la sala de su domicilio, Don Francisco Manzano, político viejo y corrupto, los miró con serenidad, al ver sus rostros decidió no desarrollar ninguna reunión formal, se dio cuenta que todo estaba terminado, lo mejor sería aprovechar la presencia de los muchachos para tomarse unas copas y conversar algo.

Aquella noche, cuando finalmente, el último intento por concentrar y congregar a las bases había fracasado, Don Manzano fue consciente de que su liderazgo como Jefe del Partido se había quedado sin respaldo. Aquellos días lo único que podía vislumbrar era la negrura de su final.

Mientras tomaban la ocasional botella de whisky y fumaban cigarrillo tras cigarrillo, en el salón sucedía un proceso mental doble, por un lado estaba Don Manzano, tomando y pensando en el partido, en las victorias pasadas, en la comodidad que se logra en el liderazgo. Por otro lado estaban los muchachos, evaluando la situación desde su particular punto de vista. Luego de un buen rato, el alcohol deprimió al viejo Manzano y hasta llegó a soltar un par de lagrimones. “No es nada personal muchachos, es por el partido, ustedes comprenden...” Les dijo limpiándose los ojos con su pañuelo blanco y justificando sus lágrimas de cocodrilo viejo.

Los muchachos habían acudido a la reunión con la esperanza de recibir algunas buenas noticias, era su último intento de lograr algo para su agrupación, pero al llegar confirmaron lo que ya se sabía, era el fin del partido y obviamente el fin de su líder, el corrupto y curtido Don Manzano.

Cuando finalmente, después de varias copas les confesó que no haría nada más, que había agotado sus recursos burocráticos, que todas las alianzas eran cosa del pasado, que soplaban nuevos vientos, por un momento logró distinguir nostalgia y pesadumbre en sus ojos. “Qué solidarios son los muchachos”, pensó. Más, tan sólo un rato más, y se inició entre todos una conversación dedicada a revisar y analizar los triunfos del pasado; rememoraron las innumerables veces que habían estado haciendo campaña aquí y allá, dando charlas y conferencias, monitoreando las elecciones, celebrando las veces en que ganaron y perdieron justas electorales. Pasaron más de dos horas rememorando las andanzas políticas, riendo entre nostalgia y esperanza. Con cada anécdota el viejo Manzano se ponía más nostálgico, pues recordaba las tretas y jugadas sucias a las que había recurrido para salirse con la suya.

Cuando el ánimo para las historias se acabó, comenzaron a hablar del futuro y entonces, como el futuro de Don Manzano era completamente sombrío, no tuvo más qué decir, trató de disimular su situación hablando de temas sin importancia. Sin embargo, no tenía ni la más pálida idea de cómo lograría remontar esa terrible caída política. Los muchachos de las bases también lo sabían, aun cuando sospechaban o alimentaban la idea de que guardaba “algo por allí”. La verdad era que sólo le quedaban los recuerdos. Bueno, la situación económica para Manzano no era un gran problema, luego de treinta años de vida política, había amasado una considerable fortuna del dinero del pueblo, del tonto e inocente pueblo. Además y lógicamente, Manzano tenía todo lo que todo político inteligente debe tener: Una esposa rica.

Lo que ignoraban los muchachos de la base es que su líder tenía algo que no es material, por eso son las bases y no son los líderes: Una inmensa sed de poder, adicción al liderazgo, deseo irrefrenable de sentir la adrenalina que producen las intrigas políticas, necesidad casi fisiológica de respirar el olor que despiden las bases, un morbo impostergable de escuchar el suave rumor de los mítines y una habilidad endemoniada para engañar al pueblo. Estos rasgos los tenía el viejo Manzano y son los que lo llevaron una y otra vez al deseado liderazgo.

Lo duro es que tarde o temprano los liderazgos terminan. El de Manzano se terminó justo cuando estaba completamente embriagado en el baño de espuma de su propia vanidad, no lograba percibir el sufrimiento de las bases, es más, se alimentaba de tales penurias, se convirtió en un vampiro que vivía usurpando los ideales de las bases, entonces es cuando sobrevino su caída.

Los muchachos se habían dado cuenta de la situación. Cuando Manzano les volvió a mirar a la cara, los ojos de los jóvenes brillaban con un fulgor nunca antes visto, Manzano se dio cuenta que tal brillo no era nostalgia ni compasión, era júbilo y sed de sangre. Los jóvenes ya no eran sus amigos, se habían convertido en sus victimarios. Comenzaron a hacer chistes de mal gusto y comentarios de todo calibre para referirse a la nueva situación del viejo.

-Y las cuotas de su carro, Doctor Manzano, ¿las pagará su mujer? ¡Jajajajajaja!
-Esta reunión no parece una fiesta, parece un velorio. Su velorio Doctor. ¡Jajajajajaaja!

La causa de su júbilo era ver al líder caído. Cuando el líder gana y triunfa en las elecciones, las bases se alegran y festejan porque se inicia un periodo de romance, sin embargo, cuando cae, las bases también se alegran, festejan el fin del tirano en que todo líder se convierte tarde o temprano, por el efecto de la poderosa droga que se llama poder.

Esa noche, el viejo, en medio de su nostalgia alcanzó a darse cuenta que había permitido que los muchachos beban de más y expresen de manera grosera su felicidad por su caída; los comprendió. No los podía juzgar, no había nada de malo en su reacción, así somos los hombres. Divagando en reflexiones permitió que se quedaran un rato más, les dio algo más de beber, quería ver a qué punto de groseras llegarían a ser sus expresiones de júbilo. Avanzaron rápidamente, se abrazaron, cantaron y se mataron de risa, los ojos les brillaban, parecían lobos hambrientos que por fin comerían su presa, su corazón se henchía de felicidad y su alma gozaba. Ese era un momento de privilegio, era el momento del júbilo de las bases.

Cuando finalmente comprendió que era necesario terminar la reunión, los despidió. Salieron presurosos, pues ellos también deseaban marcharse, seguramente se irían a un bar, a continuarla.

Al observarlos marcharse riendo a carcajadas, profiriendo groseras frases jubilosas, esbozó una ligera sonrisa, cerró las puertas y se acostó. Aunque trató de soñar con nuevos y numerosos grupos de personas escuchándole y dándole sus almas para que se alimente, no pudo mentirse a sí mismo. El viejo Manzano seguía siendo un vampiro mañoso y astuto; pero tenía 76 años y se sentía enfermo. Estaba acabado y lo sabía.

FIN.
Escrito en Cusco. 2002. - Autor: David Concha Romaña


Detalles del Monolito de Sayhuite. (Fotografía).

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